Sin embargo, el simple hecho de escribir un estado en Facebook o hacer un hashtag que pretenda ayudar en alguna problemática no son acciones que representen un cambio. Este tipo de manifestaciones sólo contribuyen a una apatía socialmente aceptada frente a dichas problemáticas. La gente que suele hacer esto cree estar aportando algo a una solución, pero son solo agentes dentro de este flujo de información, que solo buscan sacar provecho de esta supuesta visibilización de los problemas para lograr ganar más seguidores en sus cuentas y perfiles o para limpiar su conciencia a través de esta corrección política tan característica de nuestra época. Es por eso que no deberíamos limitarnos a estas acciones superficiales y superfluas que no contribuyen en lo absoluto, y es aquí donde entra el arte y se convierte en una verdadera herramienta política. Si algo aprendimos del siglo pasado es que el arte puede llegar a ser el arma política y social más importante de nuestra civilización, y no es que el arte tenga la obligación de ser político o crítico, pero en el pasado reciente nos ha demostrado que puede llegar a ser muy poderoso. Si observamos bien, las bases estéticas de la actualidad vienen de las vanguardias del siglo XX, y a pesar de que cambiemos, generalmente nos remitimos a ellas, así sea por pura nostalgia o beneficio. O incluso el rock, el pop y cualquier música popular fue la culpable de gran cantidad de cambios sociales y son de los más fuertes pilares en el sistema económico que nos rige. A pesar de todos los cambios que implica esta evolución de las dinámicas, el arte se sigue sosteniendo como una parte esencial de la naturaleza humana y por eso puede llegar a ser la herramienta política más efectiva en estos días.
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